Hoy hemos tenido una reunión en el restaurante para hablar sobre el delicado tema de las propinas. Tenemos que hacer algo para que estas suban. Estamos en un lugar rodeado de yates y coches de lujo, y los cabrones se quedan esperando a que les des sus cinco céntimos de vuelta. Entiendo que si vas por ahí dejando propinas de ensueños quizás no tendrían estos barcos, mansiones y estas naves espaciales, pero coño, podrían dejar caer unas migajas. De cada 100 clientes que entran por la puerta solo dos dan los buenos días, y solo uno lo hace porque realmente quiere y no obligado porque ya le hemos dicho hola tres veces.
Se habla de sonreír más, ser más simpáticos y ser más serviciales. Es complicado sonreír mucho cuando llevas doce horas detrás de una barra, de hecho, más que sonreír, lo que quieres es mandarlos a tomar por culo y desearles que tengan un día de mierda, exactamente igual que el tuyo.
El jefe no quiere opinar , dice que bastante tiene con pagarnos el mínimo legal y ofrecernos un alojamiento “decente”, alojamiento por el que nos cobra casi la mitad del sueldo, como para tener que preocuparse en si nos dan o no propinas.