Todo lo poético o romántico que pudiera tener el ser panadero acababa a las doce y cuarto de la noche, justo cuando sonaba el despertador. Acto seguido me levantaba del sofá con los ojos de una persona que le gusta dormir por las noches y me ponía en marcha, no antes de mirar al gato y que este me devolviera la mirada como diciendo: No sé dónde vas a estas horas, ni me interesa, pero seguro que eres gilipollas solo por ir. Y con este ánimo me iba a la panadería a hacer pan. Yo no tengo vocación de panadero, es más, no tengo vocación por nada que me haga estar despierto cuando no quiero estarlo, pero la vida es así de divertida.