El padre de Carlos era dueño de una importante firma de abogados de Málaga, y como no podía ser de otra manera, Carlos estudió derecho. A él le hubiese gustado ser piloto de aviones de carga, y no es que le gustara viajar y ver mundo, lo que le encantaban eran los aviones. Ya de chico se le veía que esa era su pasión. En la guardería pintaba aviones, sus juguetes eran aviones, y en el colegio todas sus redacciones y trabajos iban sobre lo mismo. Incluso recuerdo que, cuando salió a la venta el primer simulador de vuelo para ordenadores, fue el primero en tenerlo. A mí eso del simulador me parecía aburrido de cojones, pero el colega lo flipaba, y al contarte cómo funcionaba, lo hacía con tal entusiasmo y energía, que a uno le entraban ganas de comprarse una avioneta. Esto último es broma, pero me gustaba verlo contento.
Evidentemente al padre le
importó lo que su hijo quisiera hacer con su vida. Había fundado un gran
bufete de abogados, y quería que su hijo siguiera la senda que él había creado, no cabía otra
opción.
Algunas veces me
pregunto si los padres de Carlos no lo engendraron sólo con esa intención, cubrir una vacante. En definitiva, una pieza creada con un propósito concreto, perpetuar el negocio.
A los pocos años de
estar trabajando en el bufete de su padre empezó a asistir a una psicóloga
porque se sentía muy agobiado en la oficina. A decir verdad, lo que se sentía
era asqueado de defender a personas que sabía que eran culpables, y de hacer
siempre lo mismo con la misma gente y en el mismo lugar.
La psicóloga escuchó
con atención todo lo que le contaba y le aconsejó que practicara meditación al menos una hora todos los días.
Y así lo hizo. Durante una hora todos los días desconectaba de todo y se sentía
bien, en paz, casi feliz, pero cuando dejaba de meditar, toda esa ansiedad
volvía a la cabeza, y lo hacía con tanta violencia, que se sentía incluso peor
que antes de empezar a meditar. Era, como describía él mismo, como si al
meditar creara una presa en su cabeza, y al terminar de meditar esa presa se
rompiera y dejara pasar de golpe todo lo acumulado. Al final dejó la meditación y se pasó al
alcohol y a la marihuana, esto no le solucionaba el problema, pero tampoco
requería de un esfuerzo extra cada día.
“Mi trabajo consiste
básicamente en ocultar mi desprecio por los cerdos de dirección, y al menos una
vez al día meterme en el lavabo y cascármela, mientras sueño con vivir una vida
que no se parezca tanto al infierno”. American Beauty 1999
Nunca le pregunté a mi
colega si se metía en el baño a cascársela una vez al día, pero sí sé
que el resto era bastante parecido.
Las visitas a distintos
psicólogos fueron más frecuentes, y las soluciones poco efectivas, deporte, meditación,
manualidades, puzles, pintura, yoga y por último, ansiolíticos. Pero esa
ansiedad no desaparecía del todo, solo se acumulaba y crecía a la espera de
poder atraparlo nuevamente.
Ya cuando parecía que
no había salida, pasó algo sencillo que lo cambió todo. Una tarde fue al
cumpleaños de uno de sus primos, y estando allí sentado en el sofá recibiendo
más consejos de todos sus familiares; Reiki, homeopatía, natación, Pilates, cuencos tibetanos, taichí,
tanques de flotación, etc, escuchó un consejo que sí que le pareció el más
acertado. Justo era el consejo que más flojito se escuchaba entre todos, y
venía de su sobrino de 12 años. ¿Y por qué no cambias de trabajo? Una solución perfecta
que nadie quería ver porque en el
despacho de abogados de su padre se ganaba mucho dinero. ¿A quién carajo le
importaba que Carlos fuese feliz o no, si ganaba mucha pasta? Pero un niño de
12 años no entiende aún de esas trampas y dijo lo que pensaba sin más, ahí
estaba la clave.
Esto de la historia del
sobrino de 12 años suena a película mala de Antena tres, pero eso fue lo que me
contó. Yo creo que posiblemente pasaría de una manera más natural. Estaría en
el cumpleaños recibiendo consejos absurdos de todos los seres inteligentes de
su familia, y en un momento dado se dijo: Iros a tomar por culo, me piro.
Y así fue como se buscó
un empleo en una granja de animales en Irlanda del Norte, donde prácticamente
se tiraba todo el día limpiando mierda de caballo y llevando carretillas de un
lado a otro. Este trabajo le hacía sentir bien, o eso me decía cuando me llamaba.
No el limpiar mierdas, no creo que a nadie le haga sentir bien estar por ahí
recogiendo boñigas con una pala, pero sí el hacer algo físico al aire libre,
algo que no requería estar concentrado y sobre todo, realizar algo en lo que no
había que engañar ni hacer sufrir a nadie.
La ansiedad desapareció,
y también lo hicieron los ansiolíticos, el alcohol y la marihuana, bueno, esta
última no se fue, pero tampoco la usaba para evadirse de sus problemas.
De esto hace ya varios
años y allí sigue con sus boñigas y su pala, no creo que tenga ningún interés
en volver a su vida de hombre rico, es más, cada vez se aleja más de las
personas y se acerca más a los animales.
Este hubiese sido un
final perfecto junto con un pequeño extracto de la letra de una canción del
grupo Extremoduro, esa en la que dice: “De pequeño me impusieron las costumbres
y me educaron para hombre adinerado, pero ahora prefiero ser un indio que un
importante abogado”, pero esto es una historia real y los finales no son como
uno quiere. El padre murió hace apenas un año y medio, y por presión familiar
tuvo que volver a hacerse cargo del bufete que lleva su apellido.
A veces es complicado
saber qué hacer, si lo que queremos o lo que debemos, de todas formas, supongo
que ahora su familia es más feliz, porque el niño está donde tiene que estar,
en su sitio, fabricando dinero y al frente de la empresa de su padre, no
importa si para eso necesita ansiolíticos, alcohol y drogas. Me lo encontré hace unos días paseando por Sevilla, con solo 42 años tiene el pelo completamente blanco y la mirada cansada. Espero que un día de estos lo mande todo al carajo y me envíe una foto desde Irlanda empuñando su pala llena de boñigas.
Entiendo la frustración de tu amigo y su desdicha pero lo que no logro comprender es porqué con lo que gana en el bufete no se ha decidido a hacer un curso de vuelo aficionado o de parapente, así puede seguir haciendo ejercicio sin estar cerca de las bolitas de las vacas.
ResponderEliminarSaludos refrescantes desde el Noroeste.
jajaja como solución rápida no suena mal, pero por desgracias no creo que sea tan fácil. Dudo que el problema sean las mierdas de vacas o no hacer ejercicio, o no realizar un cursos de vuelo aficionado. El problema, creo yo, es que está viviendo una vida que no es la suya, es la que otros han elegido para él y de esta manera siempre le irá mal, sí o sí, haga lo que haga, ya sea realizando cursos, practicando mil deportes, terapias varias o comprándose un avión. Pero esta es mi visión del problema. Lo que está claro es que todos tenemos las soluciones para los problemas de otros, somos así de creativos, yo el primero jiji
ResponderEliminarUn saludo desde el interior del volcán Sevilla, ayer a las 3:00 de la mañana el termómetro de la casa donde estoy marcaba 33 graditos.