¿POR QUÉ NO ESCRIBIR UN BLOG?

¿Por qué no escribir un blog?

Ilustración Luis Llacer @llacerart Hay tantos blogs en Internet que uno más no se iba a notar. Dudo que algo de lo que yo pueda contar ...

viernes, 10 de febrero de 2023

Otros mundos, otros tiempos.

 

                                    Pabellón de los Descubrimientos de la Expo 92 de Sevilla. 18 Febrero 1992.

La Expo 92 fueron buenos años, me atrevería a decir que unos de los mejores de mi vida. Recuerdo ir a la exposición casi todas las semanas, era un chico afortunado, mi familia no era rica, pero tampoco éramos pobres. Tengo amigos que no la pisaron, amigos que se vestían con la ropa que yo no quería. Si para mi eran buenos años, para ellos no.

Yo iba a la Expo los jueves que era más barato. La gente con pasta tenía un pase para todo el año, hubiese sido fantástico tener uno de esos y poder ir todos los días un rato. Si volviese al pasado no se cómo lo haría pero me conseguiría uno de estos pases fuese como fuese.

Entrar en la Expo era pasar de un mundo a otro muy distinto, pasar de mi madre arrojando cubos de agua a los toxicómanos para que dejaran de pincharse debajo de nuestra ventana, a uno lleno de color, olores y buen rollo. Un lugar seguro, un lugar donde nadie te iba a robar o pegar después del colegio. 

Ahora que hablo de los pobres yonkis, recuerdo el día que el hijo de un vecino se pinchó con una de esas agujas. Era la época en la que el sida estaba arrasando con las vidas de muchos. Todo era una puta locura, incluso se decía que los mosquitos podían contagiarlo, recuerdo dormir tapado en pleno agosto por miedo a morir. El día que ese chaval se pinchó con la aguja pensé que iba a ver una purga de yonkis, en serio, estaba el tema tan caliente, que pensé que alguien saldría de su casa con una antorcha y un machete, y todos los demás lo seguirían para acabar con esta historia. No pasó.

Vuelvo a la Expo. 

“Agua de Sevilla”, a eso olía la Exposición universal del 1992. Hoy en día todavía existe ese perfume, debería comprarme un bote y olerlo cuando piense que todo es una mierda. Había un pasacalles y a su paso lo dejaban todo impregnado de ese olor, el olor a buenos tiempos.

Para un chico de mi edad, todo lo que pasaba en aquel recinto era nuevo. Cada pabellón era un mundo distinto por descubrir. Canadá, Nueva Zelanda, Japón, Colombia, recuerdo entrar tres o cuatro veces por día en este pabellón a tomar café gratis y salir de allí más nervioso que una ardilla.

Qué tiempos.

Yo y mis amigos nos volvíamos andando cuando cerraban, a eso de la 1 de la mañana después del espectáculo del lago, creo recordar que era un espectáculo de luces donde se veía un caballo bailando con una flamenca. No se que pensaría el caballo de aquella historia.

Hasta nuestro barrio había una hora y media andando, pero se nos hacía corto recordando y hablando de lo que habíamos visto ese día.

Todas las veces tirábamos por el mismo camino, uno que tenía tres paradas obligadas. La primera era una tienda que vendía artículos para los coches. Tenía carteles en cartulinas fluorescentes en los que ponía sus ofertas, y siempre tenía uno que ponía “Baterías desde 5.000 pesetas”. 

Cada jueves despegábamos ese cartel y lo pegábamos media hora después en una tienda de instrumentos musicales. Nos reíamos pensando en la cola que habría al día siguiente. Una cola enorme de personas con el pelo largo y chupas de cuero esperando para comprarse una batería nueva a 5.000 pesetas. Había que ser gilipollas para creerse una oferta así, yo me hubiese puesto el primero de la cola, hasta habría pasado noche allí. Por aquel entonces teníamos un grupo de música, éramos muy malos, pero era nuestro grupo y yo era el batería. 

La tercera parada era en nuestro barrio, cerca del polideportivo, aquello siempre estaba atestado de cucarachas, ibas caminando por la acera y se te subían por los zapatos, era asqueroso. Poca gente pasaba por aquella calle de noche, pero nosotros teníamos un motivo para pasar justo por allí. Un mechero trucado que lanzaba una llama de casi medio metro. Ahora lo pienso y me dan cierta pena esas pobres, pero recuerdo ese sonido final de cuando las achicharrabas, era como un pitido, un grito muy agudo. Podría ser un “socorro” o un “me cago en vuestros muertos, cabrones”, yo hubiese gritado lo segundo. Hoy no lo haría, pero si veo una cucaracha en mi casa la aplasto con la misma compasión que teníamos en aquellos tiempos, ninguna. Con los años uno puede volverse más centrado, pero no menos hijo de puta.

Algunos años después del final de la Expo92, pasamos por esa misma tienda de instrumentos musicales que decía antes, eran las tres de la mañana, toda la cristalera del escaparate estaba rota y la alarma sonando. Al final, alguien consiguió su batería por mucho menos de 5000pts. Un crack, solo había que tener los huevos para romper el cristal que te separaba de lo que querías.Yo lo entendía perfectamente.

No había absolutamente nadie por la zona, aunque por el ruido de la alarma no tardarían en asomarse a los balcones y ventanas. Nosotros íbamos en coche y nos paramos justo en el semáforo de en frente. Yo iba conduciendo. Nadie dijo nada en ese momento pero todos pensamos lo mismo. “Entramos, cogemos lo que sea y nos vamos” y eso hicimos, mientras yo cargaba en el maletero una batería con los platos y todos, mis amigos cargaban bajos, guitarras y un saxo, aunque este último nadie sabía tocarlo. Y ya que estábamos allí, también nos llenamos la caja registradora. ¿Era nuestro día de suerte, por qué desaprovecharlo?. 

Y todo esto pasó antes de que el semáforo se pusiera en verde, fue rapidísimo, un robo perfecto, de haber sido verdad, pero no lo fue, nos quedamos mirando el escaparate roto, se puso el semáforo en verde y seguimos. Poco después nos cruzamos con un coche de policía que se dirigía a la tienda. De haberlo intentado no nos habría dado tiempo. 

Llegamos al barrio, compramos un litro de cerveza en la gasolinera y celebramos que estábamos allí, y no en la comisaría intentando explicar que nosotros no habíamos roto los cristales del escaparate. Más complicado hubiese sido explicarles que el coche que estábamos conduciendo no era nuestro y no conocíamos al dueño. Eran otros tiempos.